Descubrir cual es nuestra vocación deja sin sueño a más de uno. Algunas personas lo tienen en claro desde pequeños pero otros – como yo – no tenemos esa suerte. La búsqueda de la verdadera vocación se transforma en un camino eterno que a veces parece no tener fin.
Puede ser que tengamos diversos intereses que nos mantengan entretenidos por cierto tiempo, pero en algún momento perdemos el entusiasmo y ponemos nuestro foco en otra parte. Este cambio constante nos hace sentir perdidos a veces, ya que no podemos definir con claridad qué queremos SER.
El problema es que tenemos una necesidad imperiosa de definir quiénes somos. No es algo casual, ya que tenemos un chip incrustado desde pequeños que nos impulsa a buscar una respuesta.
El origen de la búsqueda
Todo comienza cuando somos pequeños y comenzamos a soñar e imaginar qué nos gustaría ser en nuestras vidas. Esta inquietud se origina como disparador de una simple pregunta que nos pueden hacer nuestros padres, tíos, abuelos o hasta algún vecino: ¿Qué vas a ser cuando seas grande?
Cualquier respuesta es válida viniendo de un niño. Por más que hayamos dicho que queríamos ser médicos, músicos o astronautas, la respuesta clásica de un adulto podría ser «¡Qué bueno! seguro que vas a ser muy exitoso».
La situación cambia cuando empezamos a crecer y dejamos la niñez atrás.
El camino pautado
En la adolescencia (o antes) comienzan a llegar comentarios como «Podés estudiar música pero vas a tener que vivir de algo, porque no se puede vivir de eso» o «Esa carrera no tiene futuro» o hasta «No te voy a decir qué estudiar, pero tenés que tener en cuenta que de algo vas a tener que vivir». Este último es el típico comentario sugerente que puede desembocar en las mismas consecuencias que los anteriores. Seguro que hay mil variantes a estas frases, pero todas apuntan a lo mismo: tenés que estudiar algo que te asegure un futuro exitoso – lease que no te falte trabajo y dinero como mínimo.
En ese momento de la adolescencia empiezan a surgir los miedos que condicionarán la elección sobre qué estudiar o qué hacer de nuestras vida.
Algunos ni siquiera tienen la opción de elegir qué hacer (el mandato familiar es demasiado fuerte y a esa edad no tienen la valentía de desafiarlo) pero otros parecen tener abierto el camino de elección. Este camino en muchos casos está demasiado acotado a las alternativas que solo nos brindarán éxito a futuro: que nos den dinero, que nos hagan ver como personas respetables, que seamos reconocidos por nuestro trabajo – vale aclarar que es la concepción de éxito que tienen muchas personas.
Así que, sin saberlo, tomamos la decisión de seguir en el camino a ser «exitosos».
Sin importar el rumbo que hayamos elegido y sin saberlo, estamos persiguiendo la necesidad de definirnos a nosotros mismos de una forma que quede claro quiénes somos. Las definiciones típicas a las preguntas ¿Y vos qué haces? ¿A qué te dedicas?, pasan a ser algo escueto que puede terminar siendo «Soy estudiante», «Soy músico», «Soy psicóloga», etc. Pareciera ser que una simple etiqueta puede definirnos.
Crisis vocacional
Encontrar una etiqueta que permita definirnos ante los demás no es difícil. Pero las crisis no tienen que ver con el resto de las personas, sino con nosotros mismos. Cuando esa etiqueta no nos cierra, ahí es donde surgen los dolores de cabeza. Porque no nos podemos mentir a nosotros mismos. Por más que lo intentemos, muy dentro nuestro sabemos que algo está mal, y es como una bola de nieve que empieza a crecer muy dentro nuestro y acaparar toda nuestra vida.
Comienzan a aparecer las dudas: ¿es esto realmente lo que quiero ser?, ¿me habré equivocado con lo que elegí? A más de uno, estas preguntas los ponen en un aprieto y prefieren ignorarlas por un tiempo. Pero tarde o temprano vuelven a aparecer y no nos dejarán en paz hasta que le demos una respuesta a conciencia.
Y esa respuesta se la tenemos que dar a una parte de nosotros que quizá dejamos bien guardada hace tiempo: nuestro niño interior. Ese niño es el que implora desde lo más profundo de nuestro ser que hagamos algo que nos gusta, que dejemos atrás lo que no nos hace feliz, lo que no nos genera ningún tipo de satisfacción. Esa voz se choca con un muro de concreto sólido que son nuestros pensamientos racionales de adulto, y que frenan ese impulso explicando y justificando las mil y una razones por las cuales ya no podemos hacer eso que nos gustaba tanto. A lo sumo lo podemos hacer en cuotas, pero eso no alcanza.
Comienza la lucha entre lo que queremos ser y lo que «debemos» ser.
Reinventarse (o redefinirse)
Redefinirse no siempre es una tarea fácil. A algunos les queda el chip de «una única etiqueta» para definirse e intentan hacer un cambio de Etiqueta A a Etiqueta B, sin zonas de grises. Por ejemplo quieren pasar de ser médicos a ser músicos. Es totalmente válido y de hecho ocurre, pero hay otros que no tienen muy en claro cuál es la Etiqueta B. Quizá no odien la Etiqueta A, pero saben que no es la única que quieren que los defina. Son estos casos los que desembocan en «médicas que son cantantes», «matemáticos que son músicos», «biólogas que son bailarinas».
Parecen ser mezclas sin sentido, pero algunas veces surgen algunos casos destacados por haber innovado en un área antes no explorada.
Hace poco tiempo me llega un video – que me inspiró a escribir este post – que habla de «Porqué algunos no tenemos una verdadera vocación«. En esta presentación Emilie Wapnick explica de forma muy clara y concisa lo que ella define como «multipotenciales», que en resumen son personas que no tienen una verdadera y única vocación definida, sino varias. Les pido que por favor se tomen un momento para verla porque no tiene desperdicio:
Momento de actuar
No vamos a descubrir nuestras pasiones o vocaciones imaginando cómo se sentiría llevarlas a cabo. Las tenemos que experimentar para poder determinar si nos gustan o no.
Podemos empezar haciendo actividades que nos lleven por ese camino que intuimos se puede transformar en nuestra próxima pasión. Supongamos que disponemos de una gama de actividades que nos gustaría hacer, como por ejemplo, arte marcial, música, diseño de interiores, maquillaje, alpinismo, etc. Entonces ¿cómo empezamos cuando tenemos intereses tan dispares? La respuesta es simple:
Elige una al azar y pruébala.
Podemos elegir la que nos quede más cómoda, la más económica, la que podamos compartir con algún amigo o pareja. No importa cual elijas, pero elige una. No te quedes en la inacción.
El argumento por la que tenemos que elegir cualquier actividad y hacerla, es simplemente que la experiencia nos otorga información valiosa. Si nos gusta podemos seguir por ese camino, sino la descartamos y elegimos otra. Lo que debemos evitar es que pase todo el año de largo mientras nos quedamos pensado qué vamos a elegir, cuál es la mejor, cuál nos gustará, sin que siquiera hayamos probado ninguna.
Hay que cambiar el orden de los factores. No tenemos que esperar a saber qué nos apasiona para hacerlo de forma apasionada, sino que tenemos que vivir de forma apasionada para encontrar lo que nos apasiona.
—
Me encanta conocer y hablar con personas que atravesaron este camino o que tienen la inquietud de hacerlo por más que no sepan cómo.
Los invito a que compartan su experiencia: pueden hacerlo contactándome directamente o bien en los comentarios.
Deja una respuesta